Del calor en la oficina

Es el segundo ménage à moi que me aviento en el día pensando en un extraño. No sería grave si no hubiera sido el mismo las dos veces y si no lo hubiera hecho con menos de una hora de diferencia.

Es un tipo del trabajo. Tampoco sería un problema si no fuera el segundo (¿tercero?) que me ligo en la oficina. ¿De dónde creen que saqué a mi ex-marido? Aunque no lo crean, yo no formalizo con cualquiera. Que a veces sea metrera es una cosa, pero de ahí a creer que voy a encontrar amor en Grindr hay mucho trecho.

Ya lo sé, muchos han de estar girando en un tacón tras enterarse de que soy una Godinez. Yo también quería ser una estrella del porno internacional como Patty Diphusa, pero ¿qué les digo? No siempre se puede. Soy la representante de las bestias jariosas que todos llevamos dentro y mi espíritu se manifiesta en cualquier cuerpo, aunque parezca aburrido a simple vista. Soy la voz del deseo que no quieres confrontar, el rostro que muere por ser azotado por una decena de mástiles erectos. En resumen, soy como aquella ex-mujer de Sabina: la más señora de todas las putas y la más puta de todas las señoras.

No voy a abundar mucho sobre lo que hago ni los voy a hundir en un abismo de pereza interminable contándoles los detalles de mi vida de oficina. Basta con decir que la mitad del día lo paso en un escritorio y que diariamente tengo que atender un mar de personas quejumbrosas, encabronadas, y con razón, con el gobierno. A veces esas personas regresan y empiezo a verlas una vez cada semana. Ramón es uno de ellos. Me lo encontré en las escaleras, desde su primera visita al edificio, y desde entonces muero por probarlo.

Yo tengo mucha ética y me la pienso dos veces antes de romper una regla en favor de mis calores. En la oficina tenemos prohibido meternos con la gente que atendemos. Así que cuando la cosa es de plano inevitable, procuro que sea breve y en los baños del sótano. Si no se puede, mejor me espero hasta estar bien segura de que el tipo no volverá jamás.

No sé si con éste se me haga. Estoy segura de que hay tensión entre nosotros, pero a veces los hombres me sorprenden por ser tan santurrones. Mientras tanto tendré que conformarme con imaginar que su sexo es este dildo y que son sus labios esta pinza que me muerde los pezones.

Rosa Rolanda

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