La batería del sexo

«Tuve que hacer un trato: o me aferraba a la memoria o me aferraba a la libertad en la mente. Y me decidí por lo segundo». (Concha Buika)

Soy Rosa Rolanda, tengo 39 años y estoy harta de estar atrapada en esta vida. El lunes decidí renunciar a mi trabajo y no volver a pisar nunca una oficina. Quité todos los cuadros de la pared de mi cubículo y guardé en los resquicios de una caja los recuerdos de diez años de repeticiones. Dejé el cartón en la basura y acaricié mi imagen en el espejo de los baños. —Rolanda, si no eres tú, ¿quién?— me dije, y salí corriendo del despacho.

—El hartazgo nunca más— rezó una voz en mi cabeza mientras redescubría con mis tacones los baches del Eje Central. No voy a mentirles, aunque sabía que la renta del próximo mes no iba a pagarse sola, no me puse a buscar trabajo luego-luego. En vez de eso me gasté como pendeja la mierda que me dieron de aguinaldo. Había pasado un largo tiempo desde que no disfrutaba de un buen dildo (el último que tuve resultó estar hecho de plástico cancerígeno) y me provocaba conseguirme uno con forma y colores alienígenas. Me lo compré en una sex shop de Madero y añadí también a mi carrito un ejemplar de La Insoportable Levedad del Ser en su versión checa. Pude tenerla en español, pero yo ya no soy una cualquiera.

Mi semana libre la pasé leyendo y disfrutándome. Soñando con la mujer que quiero ser y trazando los planes para conseguirla. Son días difíciles para ser Rosa Rolanda, todos dicen que ya estoy muy vista y que paso la vida intentando convertirme en una mezcla tercermundista entre Patty Diphusa y Belle de Jour. Quizás tengan razón, ando un poco despistada y no puedo ocultarlo ni de mí misma. No he hecho más que darle vuelta a esos asuntos, preparándome para resurgir de las cenizas.

En las últimas semanas intenté tener un affair con un hombre. Es un abogado que me ayudó a salir del cívico con un amparo, después de que me atrapara una patrulla con dos hombres comiéndomela toda a media calle. Es un hombre encantador, no puedo negarlo. No me cobró ni un solo peso y me llevó de vuelta hasta mi casa. Lo invité a pasar para recitarle unos poemas y hacerle un buen oral. Volví a verlo un par de veces, pero la última no pude soportar sus poses y sus tonos. Tal vez no sea su culpa, pero soy demasiado exquisita para coger más de una vez con tipos de conversación tan limitada. A mí lo que me enamora es la elocuencia.

El universo me lo dice con miles de señales: necesitas estar sola, Rolanda, necesitas encontrarte.

Rosa Rolanda

 

Leave a comment